lunes, 10 de febrero de 2014

La arquitectura abandonada a sus propios medios

         Desde que estudio arquitectura suelo cuestionarme los planteamientos teóricos que se me ofrecen, porque prefiero actuar de una manera empírica (ensayo->error) y sin sujetarme demasiado a las teorías. En primero de carrera (concretamente en Composición 1) aprendí algo que me llamó bastante la atención: entender la arquitectura como un hacer->pensar->rehacer->repensar->rehacer... Es decir, una forma de trabajo de aproximación cíclica a cada proyecto.

         Como se dijo en clase, comparto que las pseudo-teorías críticas están ya muy pasadas de moda, pero además creo que hacer uso de ellas sería muy precipitado para nosotros, ya que no tenemos la experiencia suficiente ni siquiera para plantearnos su uso. Por eso me gusta cuando los profesores hablan de la palabra testear, porque creo que es lo más sensato que podemos hacer en este periodo de azarosa incertidumbre para la arquitectura, y todavía más teniendo en cuenta nuestra inexperiencia.
         Me interesa, como una forma de aproximación a la complejidad de la arquitectura, la conclusión que extrae BIG (aún asumiendo que pueda ser muy simplificada, y dejando aparte cómo apliquen esto a su trabajo y cómo nos lo pretendan vender, sin duda aspectos con los que podríamos discrepar):

         Históricamente el campo de la arquitectura ha sido dominado por dos extremos opuestos. Por un lado, lo avant-garde lleno de ideas locas. Originado desde la filosofía, el misticismo, la fascinación por el potencial de la forma o su visualización digital. Ellos actúan tan independientemente de la realidad, que no logran convertirse en algo más que curiosidades excéntricas. Por otro lado está lo tradicional. Corporaciones muy bien organizadas, que construyen predecibles y aburridas cajas de edificios funcionales. En este campo, la arquitectura parece estar atrapada entre dos lados infértiles: ya sea ingenuamente utópica o increíblemente pragmática. Nosotros creemos que hay un tercer camino enterrado entre estos. O uno difícilmente visible sobre la delgada pero bastante fértil superposición de ambos. Una arquitectura utópica y pragmática a la vez; una que se ocupe de la creación perfecta de lo social, económico y ambiental como un objetivo práctico.

         Por otra parte, creo que es atractivo estudiar la arquitectura móvil, pero no enfocada al diseño de un vehículo industrial (objeto cerrado y que acaba en sí mismo), sino como una forma de aproximación al medio y a las nuevas formas de habitar. Es un campo que me preocupa debido a mis vivencias como ser nómada y al cual puedo aportar mi implicación y mi experiencia personal.

         Pero en este ámbito, ¿hasta dónde llega el papel del arquitecto? Hay que indagar, entre otros, en los aspectos normativos que administran las competencias profesionales. Y también es necesario plantearse en qué se convertiría el urbanismo en este escenario: gestión del suelo, infreastructuras... Es por esto que me gustaría aprender más de Yona Friedman, porque a pesar de todo lo que podríamos cuestionar de sus propuestas, abarca un amplio campo de visión a diferentes escalas, desde la escala territorial y urbana hasta la escala de la vivienda.

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